—¿Cuándo empezaste a escribir?
—Cuando aprendí las letras.
Carolina Cynovich tiene 23 años y El síndrome de las ciudades hermosas es su segundo libro: en 2014 publicó El hombre que da cuerda al mundo luego de obtener el Premio Sigmar-Mosca de literatura infantil-juvenil.
“El narrador es una persona que viene de letras y va hacia el cine. Yo vengo de letras y fui hacia el cine”, dijo Cynovich, quien comenzó a estudiar Comunicación Audiovisual con la intención de “poder adquirir nuevos lenguajes para poder narrar, además de las palabras”.
“Creo que lo que más aprendí fue a recibir y procesar diferentes tipos de narraciones. Mi medio para narrar sigue siendo la palabra, y el estar abierta a los estímulos visuales y sonoros del cine me sirve para encontrar nuevos caminos en la palabra, más que nuevos ‘medios’”, comentó a In situ, mientras cursa la última etapa de la carrera.
Al consultarle cuál de todos los aspectos de la comunicación audiovisual es el que le ha resultado más interesante, Cynovich dijo que le interesa especialmente todo lo teórico: la narrativa, la construcción del espectador, la historia del cine, el estudio del arte. “Si tuviera que profundizar en algo a partir de esto supongo que sería en el estudio de las narrativas y arte en películas de animación”.
La novela de las seis de la mañana
«El síndrome de las ciudades hermosas se lee con un interés continuo, sostenido por el encanto de su mundo narrativo: una ciudad inventada, un director de cine y un intérprete alternan escenas de rodajes, de búsqueda y de misterio, mientras se devela un enigmático universo. La cuidada caracterización de los protagonistas, el buen manejo de los diálogos y el desarrollo de la narración, estructura una ocurrente historia, cargada de imágenes potentes y escenografías quiméricas que, definitivamente, terminan imponiéndose.»
Ese fue el fallo del jurado del Premio Gutenberg de narrativa joven, que eligió de manera unánime al texto presentado por Cynovich. Es así que la novela El síndrome de las ciudades hermosas fue publicada por la editorial Fin de Siglo, con el apoyo de la Unión Europea (UE), impulsora del concurso.
“Yo siempre tengo unas libretas donde voy anotando ideas, cosas que me gustan, palabras… cuando vi la propuesta del concurso, inserté toda la parte europea con otras ideas que tenía de antes”, contó, al tiempo que aclaró que esta historia la construyó “con detalles” que ya había elaborado, “como el hobbie de Julián, el narrador, que le gusta comprar libros en idiomas que no entiende para leerlos en voz alta y escuchar otros lenguajes, aunque no los entienda; esa característica estaba en un personaje de un cuento que escribí a los 17”.
“Durante dos meses me levantaba cuando estaba oscuro porque me gustaba que llegara el amanecer mientras yo escribía. Me levantaba a las seis o, cuando estaba muy nerviosa por la escena, antes”, contó con entusiasmo. “Lo que hacía de tarde, de noche, era pensar a partir de ahí cómo seguía, porque yo tenía un esquema pero si los personajes hacían otra cosa, podía cambiar todo”.
La autora contó que el punto final llegó por un tema de plazos. “No era ese el final, pero me encantó ese final para el personaje, fue como que me lo pidió. Creo que si hubiera tenido más tiempo para el personaje hubiera sido peor”.
En ese sentido, comentó que “seguir el esquema fue importante pero no fue difícil” porque se divirtió mucho escribiendo. “Como estaba tan metida, despertarme a las seis de la mañana no era difícil tampoco. Difícil no fue. Saber que cada frase va a la siguiente frase es lo que me divierte hacer”.
La juventud y la madurez
El Premio Gutenberg convocaba a escritores menores de 30 años. Lo que nadie imaginaba, según contaron los miembros del jurado en la presentación, que se realizó en la Feria del Libro en la Intendencia de Montevideo, era que fuera “una chica tan chica”.
“Nos quedamos con una sensación tan agradable con que hubiera tanta distancia en el límite de los treinta años. Carolina demuestra, con un excelente libro, que está capacitada para hacer un gran trabajo y que tiene muchísimo futuro en la literatura”, consideró el periodista Jaime Clara. “Y por si fuera poco, cuando nos enteramos que la escribió en tres meses, más rabia nos dio”, rió el jurado.
Por su parte, el embajador de la UE, Juan Fernández Trigo, opinó que “era como un arquero que dispara una flecha en cada frase: no le sobraba nada”.
“Pasé la mirada por tres o cuatro frases y le comenté a mi colaborador, ‘son muy contundentes, esta es una persona que me sorprende que tenga la edad que tiene, todas las frases van dirigidas a decir algo muy concreto y muy contundente’. Es alguien que tiene un dominio de lo que quiere decir, exactamente dónde quiere que fijes la atención. Hay madurez en la prosa y en lo que se dice”.
En tanto, la periodista Débora Quiring, también integrante del jurado, valoró “la capacidad de Carolina para contar una historia y su dominio en la construcción de personajes, de climas, de atmósferas, de escenas, sobre todo en decisiones narrativas para mantener la intensidad y el ritmo de esa historia”.
“La novela trata de un traductor de francés que es contratado por un director holandés que vino a filmar una película a Montevideo. Y la película es bilingüe, para sumarle otra particularidad”, apuntó. “Hay muchas realidades y muchas capas. Por un lado, el mundo que crea la película convive de manera paralela con la realidad de los demás personajes que, por momentos, se empieza a confundir y se llega como a unas realidades híbridas. Todo esto se logra con un lenguaje directo, terso, sin ningún tipo de complicaciones, con un gran manejo de la expectativa, de manera que el lector pareciera ser guiado por la sugerencia de un lenguaje muy visual, con muchos símbolos, mientras se desarrollan muchas realidades paralelas, que son muy inquietantes”.