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Un documental sobre Nueva Helvecia

23/08/2017
Conversamos con Micaela Domínguez Prost, docente de la Universidad ORT Uruguay, sobre la realización del documental El molino quemado. Junto a Martín Chamorro y Cecilia Langwagen, guionó, produjo y dirigió este largometraje sobre Nueva Helvecia.

En la ciudad de Nueva Helvecia (Colonia) hay restos de un molino prendido fuego en 1881. Los habitantes de la ciudad conviven con leyendas de fantasmas e hipótesis sobre su origen y las causas del incendio. A través de las historias que han pasado de generación en generación los ciudadanos reconstruyen su propia historia; la de un pueblo marcado por la inmigración y un pasado de acontecimientos enterrados que hoy quieren salir a la luz.

https://www.youtube.com/watch?v=7sOEOpi1Xw4

El molino quemado se puede ver en la Sala Pocitos de Cinemateca Uruguaya del sábado 26 de agosto al miércoles 30 a las 21:10 horas.

El molino funciona como excusa para hablar de la identidad de Nueva Helvecia, ¿verdad?

Sí. Lo que nos atrajo era Nueva Helvecia y su gente y su obsesión con la inmigración. Mucho más que el molino apartado de ese contexto. Están los que hablan de temas suizos y escuchan música suiza y le ponen a sus hijos nombres suizos. Y gente más en el medio.

¿Varía según las edades?

Hay de todo. Por ejemplo, en el grupo de danzas suizas hay niños que van todas las semanas y se visten y aprenden esos bailes. Hay una predominancia de la tercera edad, pero no son todos.

¿Conocías Nueva Helvecia antes del documental?

Soy de Argentina y no la conocí hasta meterme en este proyecto. Somos tres directores, guionistas, productores. Además hay un sonidista y un fotógrafo: Agustín Chappe y Joaquín Papich. Cuando fuimos, fuimos con una cabeza cinematográfica de a quién filmar o qué locaciones usar.

¿Cómo cambió tu relación con Nueva Helvecia con esas visitas?

Íbamos algunos fines de semana, a veces en fechas particulares. Es una película independiente entonces todos trabajamos de otras cosas y no podíamos ir más seguido.

Cuando terminamos de filmar fue raro decir “no tenemos que ir más”. Formó tanto parte de mi vida ir seguido en el 2015 que ahora me hace falta. Quiero encontrar una excusa para ir.

Son 12 mil habitantes. Entonces ya formábamos parte, éramos como los viajeros que cada tanto volvían. Cuando llegábamos, por lo general alguien nos decía: “me dijeron que iban a venir esta semana”. Era genial sentir que nos estaban esperando.

¿Qué respuesta tuvieron de la gente que vio el documental?

Extremadamente positiva. Se estrenó en Nueva Helvecia y se llenó el Cine Helvético, que tiene más de 1.000 butacas. Pidieron que la pasaran de vuelta y la pasaron de vuelta. Y acá se llenó sala casi todas las funciones.

Nos han dicho: “es una película con la que te reís y llorás”. Me la sé de memoria, no me río ni lloro en ningún momento porque sé lo que va a venir. En general gusta la fotografía. Le pusimos mucha dedicación y se ve que gustó el resultado. Además se van con muchas ganas de ir a Nueva Helvecia, les agarra el bichito de “quiero conocer el molino quemado”.

¿Cómo surgió el interés por contar esta historia?

Hay una cuestión personal. Me doy cuenta ahora, en el momento no. Mi familia materna es de un pueblo de La Pampa con mucha inmigración alemana y rusa.

Tiene al lado una colonia menonita. En lo de mi abuela había siempre chismes estilo Romeo y Julieta: “uno del pueblo se enamoró de una menonita y no se pueden casar”. Y para mí era apasionante tener otra cultura en un pueblo en el medio de La Pampa.

A su vez, me interesó la construcción de una leyenda. Y bueno, mi documental anterior había sido de un fenómeno muy montevideano: la murga. Quería mover mi mirada. Era una oportunidad de salir de mi zona de confort: Parque Rodó, Cordón, Pocitos, Centro.

¿Quedaron conformes?

Sí, muy contentos. Al ser una película independiente, era difícil no solo el tema económico sino el manejo del tiempo. Teníamos que aceptar trabajos en rodajes, publicidad, lo que fuera porque teníamos que pagar las cuentas. Eso enlenteció. Nos hubiese venido bien alguna ayuda como empujón para hacerla más rápido.

¿Pensaste que no la iban a terminar?

Sabía que lo íbamos a terminar, pero no sabía si el año pasado o en el 2024. Lo bueno y malo es que no teníamos plazos. Hace falta disciplina para trabajar sin plata, sin jefes y sin motivo más que querer terminarla. Hay que poner mucha energía. De eso estoy muy orgullosa.

¿Cómo es el funcionamiento del molino como atractivo turístico?

En la película un señor habla de que, cuando era chico, era un lugar de encuentro. Incluso iban vendedores ambulantes a vender golosinas. Ahora no, pero sábado y domingo se va más que entre semana.

Hay varias posturas de qué pasó con el molino, ¿cuál es la tuya?

Vas a Nueva Helvecia, le preguntás a cualquiera por el molino quemado y todos tienen una hipótesis. Como molino funcionó cinco años, como molino quemado ya lleva 136.

Tratamos de encontrar diferentes formas de relacionarse con el lugar: desde lo histórico, lo científico, lo lúdico.

En la función del estreno la gente se ponía en plan detective. Nunca tuve ese interés, me interesa más qué pasa con ese lugar ahora que encontrar verdad objetiva. Si tengo que elegir una opción… Me gusta pensar que se prendió fuego por una chispita accidental, que todas esas hipótesis son formas de explicar algo que su única explicación es “porque sí”.

En la película hay un contraste entre el misterio del molino y la tranquilidad de la naturaleza que lo rodea.

Claro. Es una zona de campo, llanura, trigo, vacas y de repente llegás ahí y hay un árbol al lado del otro. Es un monte nativo y con muchos sonidos de la naturaleza, de pájaros. Trabajamos con los quiebres de sonido. Hay un contraste muy marcado. Nueva Helvecia se fue modificando, pero el molino quedó congelado.

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