Teníamos apenas un rato desde que terminaba la clase hasta la hora de la visita a Sinergia cowork, un lugar que busca juntar emprendedores para crear compañías sustentables y capaces de innovación.
Por una de esas vueltas yo me encontraba fuera de clase y, sumando casualidades, me topé con un grupo de amigos. De ellos, Diego tenía previsto ir en auto; se ofreció a llevarnos y agarramos viaje.
Entre charlas nos distendimos y, cuando quisimos acordar, habíamos llegado a destino. Delante de nosotros aparecía un gran portón con una S verde pintada. Siendo que habíamos llegado antes, dudamos un poco en pedir para ingresar. No voy a mentir, para este momento las expectativas estaban bien arriba.
Entramos. El espacio dispuesto para las bicicletas era peculiar, en vez de estar apoyadas en el suelo, colgaban de la pared. Estoy haciendo memoria y creo que las paredes estaban cargadas de pinturas.
Transitamos unos pocos pasos y dimos con la antesala del lugar que, si bien no era tan amplia, el lugar que le seguía era monstruoso. En cuanto a mi memoria, por suerte no presenta tales fallas, aquí también se desplegaban pinturas y colores. Todo muy lindo, todo muy bueno. De entre las pinturas expuestas, había una en particular que me llamó la atención.
Sobre un fondo negro y trabajado en tiza aparecía escrito: Minds are like parachutes, they only function when open. A lo lejos, gente trabajando fuerte.
Se nos acercó una chica bastante simpática. Sería ella quien nos hiciera la visita guiada más adelante, pero nosotros no lo sabíamos todavía.
Fue entonces que, cargada de seguridad, preguntó si nosotros éramos estudiantes y veníamos a la visita. Asentimos y respondimos. Queríamos curiosear un poco, para cuando preguntamos si podíamos, nuestra iniciativa se vio derribada cuando nos tiró la negativa y nos comentó la importancia de hacer la visita en grupo. Entendimos y aceptamos: tenía bien craneada la presentación.
Todos los compañeros que faltaban llegaron. Estábamos medio apretados y charlando. Creo, aunque no puedo saber con exactitud en qué pensaban, admiraban bastante los alrededores. Unos pocos minutos entre charlas y comenzó el acontecimiento.
Visita silenciosa
Entramos como fantasmas. Colores no faltaban, gente metida en lo que hacía tampoco. Un enorme salón a doble altura se nos venía arriba. En el piso superior, así como en el inferior, había mesas, oficinas más apartadas y livings armados en pequeños grupos.
La consigna era recorrer todo el lugar en silencio y luego pasar a un espacio en donde, eventualmente, se nos contaría un poco más de qué iba la mano. El clima resultó completamente diferente al de la sala de espera. Ahora estábamos en movimiento, las cosas que se podían apreciar eran diferentes y los ojos con lo que lo hacíamos también. El espacio amplio permitía que nosotros, entre 20 y 25 personas, camináramos tranquilamente visualizando lo que acontecía. ¿Y qué acontecía? Aquellos que trabajaban nos miraban, y nosotros a ellos. Tal vez en algún momento nosotros nos encontráramos en su lugar, y ellos ya habían estado en el nuestro, supongo.
De un momento para otro decidí sentarme. Probé uno de aquellos sillones con el fin de poner en orden alguno que otro pensamiento. Realicé alguno que otro croquis, anoté alguna que otra cosa y para cuando levanté la mirada nuevamente, todos se habían ido. Ahí estaba entonces, un nano perdido en Sinergia.
Me levanté con prisa y busqué a mis compas. Fui de acá para allá hasta que una de las chicas que estaba trabajando me sugirió bajar al subsuelo en caso de ser parte de la visita. Lo hice, los encontré. No fue tan terrible mi pérdida. No creo que se hayan enterado que me perdí siquiera. La cuestión es que había llegado a la sala de ocio. Y me gustaba lo que veía.
Este nuevo espacio que se presentaba era amplio, con luces tenues. Por la disposición de las cosas podía entender que se trataba de un comedor. Todo parecía apuntar a lo lúdico, al encuentro y a la distensión; algunas de las características que me gusta contemplar al momento de trabajar en equipo.
Finalmente, visualicé unos amplificadores… música pensé. Espacio para organizar un toque no faltaba. La idea de hacer un parate, conectar una guitarra y tocar unos temas mientras otros juegan un partido de ping-pong me parecía sublime. Este lugar habilitaba tal situación, casi como una formalidad, casi como una obligación. Mucha buena onda y elocuencia. Diez puntos para Sinergia.
El recorrido terminó cuando llegamos al último salón. Con grandes ventanales que permitían pasar la luz y un montón de asientos coloridos por ocupar fue que comenzó la charla.
Charla no tan silenciosa
Lucía era quien hablaba. Invitó a tres de nosotros a pasar para exponer con ella, ya que lo prefería de esta manera.
La dinámica sugerida apelaba a que cada uno contase que le había parecido todo hasta ahora. Fueron varias las palabras que afloraron. Identidad estética, personal, calidad y sentido de pertenencia, entre otras. Victoria, Florencia y Diego fueron los que pasaron.
“Poderosamente sorprendido”, expresó el último. Recuerdo me causó mucha gracia. De esta manera surgió un diálogo entre ellos, y todos los que escuchaban.
De tanto en tanto y a medida que iban surgiendo disparadores, Lucía los aprovechaba para hacernos saber algunas características propias de Sinergia. Comentó la importancia de prestarle atención a aquellos que vienen y asegurarse de que tienen todo. De esta manera se aseguraban que los volviesen a elegir. Continuó exponiendo y recalcó que “lo fundamental es poner a las personas en el centro” además de considerar “fundamental que las personas se conozcan”.
Todo lo que se decía se presentaba bien oportuno. Hasta ahora concebía al lugar como un espacio en donde las cosas pueden pasar, tienden a pasar, por qué no, pero más que nada, hay mucha gente que está dispuesta a que pasen; esto último resulta de lo más valioso.
Una compañera en ese momento expuso su parecer. Encontré elocuencia en sus palabras. Hablaba de cómo, para estudiantes de comunicación, resultaba difícil insertarse en el mercado laboral y que este cumpliese completamente sus expectativas. Entonces esta compañera pensaba en Sinergia como una solución al problema, ya que se podía venir, coworkear un rato y conocer gente trabajando.
La oradora entonces, atenta a los piques, retrucó: “Claro, este es un espacio para el emprendedor, se brindan herramientas y se los asesora. No se limita a un espacio de trabajo. Y si te faltan algunas ideas de momento, agárrate una bici pegate una vuelta, seguro algo se te va a ocurrir”.
Con estas últimas palabras en mi cabeza decidí quedarme.
Qué locura este lugar, colorido y divertido, más que nada productivo. Lucía transmitió una cultura organizacional que invita a pasar. No sé cuándo ni bajo qué circunstancias, pero a partir de ahora Sinergia está presente en mi panorama como una posibilidad y espacio para desarrollar(me). Aunque no he vivido la experiencia Sinergia desde dentro, puedo decir sin duda que desde fuera tiene una pinta bárbara.